jueves, 9 de junio de 2011

Pérez-Reverte asegura que el peor enemigo del mundo no es la maldad sino la estupidez

Cuanto más conozco el mar, más miedo le tengo. El mar es cruel como la vida; no tiene sentimientos, no tiene piedad', afirma Pérez-Reverte en una entrevista con Efe en la que dice que el mar 'es fuente inagotable de literatura, de vida, de ensueños, certezas y dudas'.

Editado por Alfaguara, el libro podría ser su forma de celebrar los veinte años que lleva publicando artículos en el 'XL Semanal'. Cada domingo refleja su visión del mundo en esos textos, critica aquello que no le gusta y se subleva ante 'la estupidez', la de los políticos o la de quien sea.

'El peor enemigo del mundo no es la maldad sino la estupidez. De un malvado inteligente puedes aprender e incluso sufrir los estragos de su maldad puede hacerte más lúcido, pero de un estúpido nunca aprendes nada', dice con énfasis este académico de la Lengua.

Sus artículos son, pues, 'una especie de indignación contra la estupidez. Y, si a veces la unes a la política, el resultado puede ser devastador', subraya Pérez-Reverte, que nunca ha pretendido que sus colaboraciones 'sean dogma' ni 'hacer proselitismo' con ellas. Pero 'hay cosas' ante las que no puede, dice, 'estar callado'.

Ese tono guerrero, políticamente incorrecto, está también presente en algunos del centenar de artículos de 'Los barcos se pierden en tierra', publicados entre 1994 y 2011, aunque hay varios inéditos .

Pero otros, como subraya Jacinto Antón en el prólogo, están escritos 'con gran ternura' o son 'pasajes de un conmovedor lirismo'. Y los hay 'hilarantes', que muestran al Pérez-Reverte 'iconoclasta, gamberro y cachondo'.

El escritor está convencido de que el mar 'es un lugar mucho más apasionante y rico que la tierra. Navegar por el mar es hacerlo por la certeza de que el mundo es un lugar peligroso, y es también navegar por la memoria, barcos hundidos, rutas, navegantes...', le dice a Efe.

Nacido en Cartagena (Murcia), en 1951, Pérez-Reverte creció con una buena biblioteca en casa, y 'los libros y ese puerto marcaron' su vida. De pequeño se iba 'a ver a los marinos con tatuajes, a esas mujeres que fumaban y le hablaban de tú a los hombres y esos barcos con nombres exóticos'. Y soñaba con viajar en ellos.

'El mar era una puerta. Para mí no era una barrera; era un camino, una aventura, un viaje. Los libros me empujaron hacia él. Tengo una deuda con el mar impagable, a pesar de que pago mi precio, naturalmente', asegura este escritor cuyas novelas están traducidas a unos cuarenta idiomas.

En los veinte años que lleva navegando ha vivido 'situaciones de peligro, pero eso es normal'. Cuando se hacen 'viajes largos' como los que él realiza, 'y más todavía en un velero, en el que estás sometido a las condiciones meteorológicas, el mar te pega sustos y hay momentos muy duros, de esos que dices: '¡Diablos! ¡Qué hago aquí!''

'El mar no te permite parar ni bajarte. Una vez que estás tienes que seguir hasta el final. Y esa es otra de las lecciones del mar, que hay que asumir las consecuencias de tus actos, tus errores y tu aciertos', señala el autor de 'La reina del sur', 'El pintor de batallas' o 'El asedio'.

En una ocasión, cuando era chaval y quería 'ser aventurero', navegaba 'con un marinero de esos de toda la vida', con el que salía 'a buscar ánforas y a hacer un poco de contrabando de tabaco', y el capitán le dijo una frase que no olvidaría jamás: 'los barcos y los hombres se pierden sobre todo en tierra'.

'Y es verdad', asegura el escritor. 'He visto a marinos estupendos y a hombres que en el mar eran como Dios, jubilarse después y quedarse en tierra e irse pudriendo lentamente, porque estaban fuera del lugar donde eran algo'.

'Hay una gran lección que da el mar: que todo tiene su momento y su final. Y que cuando los hombres que han sido valientes, geniales, los arroja la vida a la playa y los deja varados entre las piedras, muchos se pudren poco a poco', comenta.

El escritor se siente 'orgulloso' de este libro que con 'sus recuerdos, impresiones, historias y viajes', representan 'una forma de ver el mundo'.

'¡Diablos! ¡cuántas cosas me han pasado, cuántos amigos, cuántos viajes, libros, naufragios y combates! Y eso hace que uno se sienta más viejo, pero más lúcido', concluye el escritor.

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