En la aislada y rebelde región paquistaní de Waziristán del Norte el peligro llega desde el cielo. Los líderes terroristas de Al Qaeda que se refugian en este enclave terrorista no temen a las balas de los soldados estadounidenses sino a la lluvia de fuego que casi a diario cae sobre sus cabezas. Se sienten como ratones atrapados en un laberinto de cuevas y pasillos subterráneos, conscientes de que salir de su escondite es casi sinónimo de muerte.
Eso fue lo que le sucedió a Abu Khabab al Masri, jefe del programa de armas de destrucción masiva del grupo terrorista. En 2008, Al Masri abandonó su refugio y se convirtió en el primer gran jefe de la organización liderada hasta hace poco por Bin Laden en fallecer a manos de las aeronaves no tripuladas de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA).
Desde entonces más de medio centenar de líderes militares Al Qaeda han caído bajo el fuego de los drone, como se ha bautizado a estos aviones fantasma que están ayudando al Pentágono a ganar la Guerra contra el terrorismo sin arriesgar innecesariamente la vida de sus soldados.
Barack Obama se ha dado cuenta que los enfrentamientos cuerpo a cuerpo y la guerra de guerrillas no es la forma de acabar con el grupo terrorista. El desmesurado coste humano y económico de la campaña en Afganistán y el norte de Pakistán ha obligado al presidente estadounidense a incrementar el número de ataques selectivos desde el aire.
Bombardear apretando un botón
Estas operaciones, rápidas y económicas, son más efectivas que las ofensivas terrestres. Ya no hace falta desplegar un equipo sobre el terreno, basta con que un agente de la CIA se siente en un despacho de la sede central la Agencia en Langley (Virginia) y con un mando similar al de una videoconsola dirija el bombardeo con uno de los cerca de 7.000 drone que posee el Ejército estadounidense.
El más popular de estos aviones espía es el RQ-170, conocido como la bestia de Kandahar, que prestó apoyo aéreo y transmitió la operación contra Osama Bin Laden en directo.
El plan de la inteligencia estadounidense en Pakistán incluye una rutina de entre seis y 10 ataques al mes, aunque en periodos de máxima tensión pueden superar los 15. Desde el inicio de las operaciones con aviones no tripulados en 2004, la CIA ha llevado a cabo hasta 250 bombardeos.
La ofensiva aérea contra Al Qaeda se recrudeció en 2010, con 117 ataques. En lo que llevamos de año los prototipos estadounidenses han realizado 35 incursiones aéreas, según datos recogidos por la web sin ánimo de lucro The Long War Journal.
Falta de puntería
El parte de bajas de los drone hablan de dos millares de muertos en el bando terrorista, aunque los críticos con el nuevo modus operandi del Pentágono, como The New America Foundation, recuerdan que los bombardeos selectivos “han acabado también con la vida de 250 civiles inocentes”.
Al igual que sucedió con sus precursores, los famosos aviones Predator, utilizados por la OTAN en Bosnia y Kosovo, la falta precisión de estas aeronaves no tripuladas es su principal lunar.
Algo que el Gobierno estadounidense está tratando de solucionar con una nueva hornada de drone de última generación, capaces de volar más alto, más rápido y de aunar potencia de fuego y puntería.
El último prototipo en salir de la factoría del Pentágono es el Global Observer. Con una envergadura similar a un Jumbo 747, es capaz de volar durante siete días sin necesidad de repostar a una altura de 65.000 pies (casi 20.000 metros), lo que le hace inalcanzable para las defensas antiaéreas enemigas.
Más de 150 ingenieros y técnicos han participado en la creación de esta aeronave de 30 millones de dólares, que ofrece al Pentágono una alternativa más eficaz y barata que los tradicionales satélites para vigilar desde el espacio.
“El Global Observer es un ojo que nunca pestañea y que nos permite una comunicación continua con cualquier parte del planeta a cualquier hora, cualquier día, los 365 días del año”, asegura Tim Conver, presidente de AeroVironment, empresa encargada del diseño.
Un pájaro espía
Además, la compañía de Conver acaba de anunciar el desarrollo de otro peculiar avión espía: un pequeño robot alado con forma de pájaro capaz de volar a una velocidad de hasta 20 kilómetros por hora y de posarse en ramas o en el marco de una ventana para realizar operaciones de vigilancia.
El pasado mes de enero, el Global Observer compartió el cielo de California con el otro gran proyecto aeronáutico del Ejército estadounidense: el X-47 B, un cazabombardero con un coste aproximado de 80 millones de dólares y equipado con un preciso sistema de bombas guiadas por láser destinado a acabar con el problema de puntería que se le achaca a los drone.
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