En los países desarrollados cada vez hay más obesidad. La obesidad es uno de los principales factores de riesgo para desarrollar cáncer. Estos hechos, combinados, están haciendo que no engordar empiece a ser considerado tan importante para prevenir el cáncer como no fumar, y también han convertido en un reto acuciante el esclarecer la relación entre obesidad y cáncer. En este contexto emerge una idea revolucionaria, a medida que los investigadores profundizan en las causas de ambas enfermedades: ¿Y si la obesidad y el cáncer tuvieran un origen común?
Se engorda en el cerebro. Y en concreto en el hipotálamo, la región cerebral donde se regulan las ganas de comer —vía las sensaciones de saciedad y hambre—, y el gasto metabólico. Son las entradas y salidas de energía en el organismo: la obesidad llega cuando sistemáticamente las calorías que entran con la ingesta superan a las que quema el metabolismo. El proceso está finísimamente regulado sobre todo por ciertas poblaciones de neuronas en el hipotálamo, que integran la información enviada en forma de hormonas por órganos periféricos como el intestino, el páncreas y la propia grasa corporal.
El estudio de todas estas señales químicas es un área en auge que en los últimos 15 años no ha dejado de producir novedades. Una de ellas es precisamente el hallazgo de que la capa de grasa corporal, el tejido adiposo, hace mucho más que simplemente añadir volumen o, como mucho, aislar: ahora se sabe que los michelines son un importante emisor de señales químicas al resto del organismo.
Pero por ahora ninguno de los avances logrados ha dado con una cura de la obesidad, un tratamiento farmacológico que regule la ingesta y el gasto calórico de forma que el organismo no engorde.
En Santiago buscan el papel del gen P53 en el control metabólico
En última instancia ese es el objetivo último de los grupos de Rubén Nogueiras y Miguel López, en la Universidad de Santiago de Compostela. Ambos son Cajales —con un contrato que no garantiza permanencia—, ambos se doctoraron en Santiago bajo la dirección de Carlos Diéguez y ambos han obtenido este año sendas ayudas del Consejo Europeo de Investigación (ERC, en sus siglas en inglés), las prestigiosas y competitivas Starting Grant para llevar adelante sus proyectos durante cinco años —más tiempo incluso que lo que duran sus contratos—.
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