Están en todas partes. Generalmente pasan desapercibidos. Pero en cuanto el adulto medio se los encuentra, su velada entera depende de ellos. Son los niños de los demás. Basta compartir un cine, un restaurante o un avión con ellos para saber que, cuando les atienden malas manos, su capacidad para el desorden no conoce límites.
De esa opinión es Mick Viuck, un ciudadano de Monroeville (Pensilvania, Estados Unidos) que ha decidido algo que muchos solteros desearían y muchos padres temen: prohibir la entrada a su pequeño restaurante a los menores de 6 años. Desde que abrió su negocio hace casi una década, dice haber visto cómo crecía el número de familias que se traían a sus hijos a comer. Y cómo empeoraban sus modales.
"El asunto tiene tres partes", le ha explicado a la MSNBC.com. "Una son los bebés: son cada vez más, y no se pueden controlar. No pueden estar callados y tampoco se les puede pedir que lo hagan. Otra son los niños más pequeños, que cada vez se comportan peor".
El tercer problema es, en opinión de Viuck, el quid del asunto: los padres. "Actúan como si fuéramos nosotros los que les estuviéramos molestando a ellos", cuenta Viuck. "Ya sabes, el niño es el centro de su universo. Pero no se dan cuenta de que no es el centro del universo".
Si los padres no calman a los chavales y tampoco permiten que lo hagan los camareros, nada hay que proteja al resto de comensales del caos de un menor que no esté bien educado. Vista la cantidad de quejas de recibía, Viuck decidió poner fin al asunto.
Ha mandado un e-mail para explicar la nueva medida a sus clientes. Ese mail supone una nueva era para el restaurante. Perderá a muchos clientes con hijos, que ya se han quejado abiertamente, tachando la iniciativa de "ignorante". Pero ganará a quienes quieran una comida tranquila.
"Ahora mismo tengo 419 correos en mi buzón. La mayoría están encabezados con 'Gracias' y 'Buen trabajo'".
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