Con la llegada de la era digital se detonaron múltiples bonanzas: en el intercambio de información, en la interconectividad, en la inmediatez comunicativa y, entre otras más, en el consumo de pornografía. Desde oficinas hasta universidades, y hogares, con la consolidación de internet se han conjurado millones de ágiles porno-templos, en los que se consumen una inédita cantidad de contenidos porno. Sin embargo, al parecer este frenesí en torno a la pornografía parece ya estar cobrando una factura significativa: el nacimiento de disfunciones sexuales en gente que fisiológicamente no “debería” de padecerlas.
Miles de jóvenes saludables, que consumen habitualmente porno, están siendo víctimas de disfunciones entre las que se incluyen imposibilidad de eyacular, erecciones poco lucidoras, y la incapacidad de excitarse en situaciones reales. Sin importar su origen cultural, nivel educativo, religión, dieta, o posición socioeconómica, lo único que parecen compartir estos jóvenes, además de las disfunciones sexuales que reportan, es un disciplinado consumo de pornografía.
Recientemente un grupo de urólogos italianos confirmó, tras un extenso estudio, que existe una relación directa entre ciertas manifestaciones de disfunción eréctil y el consumo habitual de porno. Al respecto, el urólogo Carlos Foresta, quien encabeza la Asociación Italiana de Andrología y Medicina Sexual, afirma que el 70% de los jovenes que solicitan ayuda clínica para solucionar problemas ligados al desempeño sexual, admiten ser consumidores de porno en-línea.
Aparentemente la relación entre disfunción sexual y consumo de porno responde a una insensibilización del cerebro frente a la señales de dopamina. Esto ocurre con todas las adicciones. En algunos consumidores de porno la respuesta a la dopamina cae tan bajo que no pueden conseguir una erección sin tener una fuente constante que refuerce el envío de esta sustancia al cerebro: shots de porno digital.
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