¿Por qué unas personas engordan más que otras a pesar de llevar una
vida y una alimentación similares? ¿Tienen algo que ver el cerebro o
nuestros genes en la obesidad? ¿Cómo se pueden eliminar más calorías de
lo que nuestro cuerpo quema? Un estudio con sello español muestra dos
moléculas que activan el mecanismo quemagrasas que tiene el cuerpo para
generar calor y de paso perder peso. Aunque el trabajo, publicado en la
revista 'Cell', ha
sido realizado en ratones y ratas, abre la vía para la investigación de
terapias que, actuando sobre estas sustancias, consigan combatir la
obesidad.
Los animales, sobre todo los roedores y aquellos que hibernan, tienen un alto contenido de una grasa denominada parda por su color marrón. Esta grasa les permite regular su temperatura pues ella captura los lípidos de la sangre y los oxida, es decir, los quema para generar calor. A diferencia de la grasa blanca, la que podemos ver por ejemplo en las vetas del jamón o la que se nos acumula visiblemente en ciertas partes del cuerpo, cuya función es la de generar cierto aislamiento y almacenar lípidos, la parda no los acumula sino que los procesa, mediante un mecanismo que se llama termogénesis.
Se pensaba que en el ser humano, sólo los bebés albergaban este tejido 'bueno', precisamente para asegurar su temperatura, y que desaparecía en la etapa adulta. Sin embargo, un estudio publicado en 2009 echaba por tierra esta teoría. Aaron Cypes y su equipo del Centro de Diabetología Joslin de Boston (EEUU) identificaron mediante técnicas de imagen la presencia en ciertas localizaciones de esta grasa. De esta manera, se pudo comprobar que existían islotes de grasa parda en la zona interescapular, en la perirrenal y a lo largo de la arteria aorta, es decir, básicamente en la zona torácica y abdominal, las partes del cuerpo que menos pueden regular la temperatura con el movimiento, como lo hacen los brazos o las piernas, y que más hay que proteger del frío. Aunque su presencia no es tan marcada como en otros animales, este tejido es muy activo metabólicamente hablando y tiene una gran capacidad termogénica.
En estos tres años, han sido muchos los investigadores que se han lanzado a comprender los mecanismos que subyacen en la termogénesis de la grasa parda y para analizar su potencialidad como diana terapéutica contra la obesidad en humanos. Entre ellos están los grupos de NeurObesidad de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) y el de Biología Molecular y Regulación Génica del Tejido Adiposo y sus Patologías de la Universidad de Barcelona (UB) que llevan seis años estudiando la proteína AMPK, una enzima que tiene un papel importante en las acciones inductoras de la ingesta y en la regulación de la grasa parda por el hipotálamo. Trabajos que han sido publicados en revistas de alto impacto como 'Cell Metabolism' y 'Nature Medicine'.
Ahora, otro trabajo en el que han participado junto con grupos de Iowa (EEUU), Estocolomo (Suecia) y Cambrigde (Reino Unido), como coordinador general, muestra cómo otra proteína, llamada BMP8B, participa con AMPK en el proceso de quemagrasas.
Los animales, sobre todo los roedores y aquellos que hibernan, tienen un alto contenido de una grasa denominada parda por su color marrón. Esta grasa les permite regular su temperatura pues ella captura los lípidos de la sangre y los oxida, es decir, los quema para generar calor. A diferencia de la grasa blanca, la que podemos ver por ejemplo en las vetas del jamón o la que se nos acumula visiblemente en ciertas partes del cuerpo, cuya función es la de generar cierto aislamiento y almacenar lípidos, la parda no los acumula sino que los procesa, mediante un mecanismo que se llama termogénesis.
Se pensaba que en el ser humano, sólo los bebés albergaban este tejido 'bueno', precisamente para asegurar su temperatura, y que desaparecía en la etapa adulta. Sin embargo, un estudio publicado en 2009 echaba por tierra esta teoría. Aaron Cypes y su equipo del Centro de Diabetología Joslin de Boston (EEUU) identificaron mediante técnicas de imagen la presencia en ciertas localizaciones de esta grasa. De esta manera, se pudo comprobar que existían islotes de grasa parda en la zona interescapular, en la perirrenal y a lo largo de la arteria aorta, es decir, básicamente en la zona torácica y abdominal, las partes del cuerpo que menos pueden regular la temperatura con el movimiento, como lo hacen los brazos o las piernas, y que más hay que proteger del frío. Aunque su presencia no es tan marcada como en otros animales, este tejido es muy activo metabólicamente hablando y tiene una gran capacidad termogénica.
En estos tres años, han sido muchos los investigadores que se han lanzado a comprender los mecanismos que subyacen en la termogénesis de la grasa parda y para analizar su potencialidad como diana terapéutica contra la obesidad en humanos. Entre ellos están los grupos de NeurObesidad de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) y el de Biología Molecular y Regulación Génica del Tejido Adiposo y sus Patologías de la Universidad de Barcelona (UB) que llevan seis años estudiando la proteína AMPK, una enzima que tiene un papel importante en las acciones inductoras de la ingesta y en la regulación de la grasa parda por el hipotálamo. Trabajos que han sido publicados en revistas de alto impacto como 'Cell Metabolism' y 'Nature Medicine'.
Ahora, otro trabajo en el que han participado junto con grupos de Iowa (EEUU), Estocolomo (Suecia) y Cambrigde (Reino Unido), como coordinador general, muestra cómo otra proteína, llamada BMP8B, participa con AMPK en el proceso de quemagrasas.
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