“Nunca pensé que estar harta de que se me marcaran las bragas me convertiría en una multimillonaria”, suele contestar Sara Blakely cuando le preguntan cómo se le ocurrió la idea de montar Spanx, una empresa que Forbes valora en 1.000 millones de dólares.
Sara, sin más, como le gusta que la llamen, es la fundadora y única dueña de Spanx, empresa de medias y ropa interior moldeadora (fajas de toda la vida). Con 41 años ha pasado a ser la millonaria más joven de la lista Forbes (se encuentra en el puesto 1.153 de 1.226) por sus propios medios. Sin herencias o maridos influyentes como otras de las mujeres de la lista.
Sara, que ahora se codea con las fortunas de Oprah Winfrey y Meg Whitman, presidenta de Hewlett-Packard, estaba a punto de entrar en los treinta, a finales de los 90, cuando se llevó una de las grandes decepciones de su vida: no había sido aceptada para entrar en la escuela de derecho donde supuestamente estaba predestinada a convertirse en abogada, como su padre. Anteriormente, Sarah, una rubia con aspecto un poco cursi y una sonrisa 'profident', se había graduado en comunicación en la Universidad de Florida State, pero lo que verdaderamente quería era ser abogada. Perdida y desilusionada, trabajó unos meses en DisneyWorld, organizando las colas de las atracciones, para acabar finalmente de vendedora de faxes, un empleo que no le entusiasmaba, pero que le enseñó todo lo que debía saber para convertirse en una gran vendedora.
En el año 1999, le empezó a rondar la idea de inventar unas medias y ropa interior que moldeasen la figura y que fueran cómodas. En Florida, su estado natal, el calor y la humedad convertían en una pesadilla ponerse una faja debajo del vestido. Además, por mucho que recorría las secciones de ropa interior de los grandes almacenes, nunca encontraba una faja que tuviera un toque sexy. Fue entonces cuando empezó a leer libros sobre patentes y desarrollo de inventos. En unos meses, durante su semana de vacaciones, estaba visitando a fabricantes de ropa interior y medias. La mayoría le dieron con la puerta en las narices. Pero uno de ellos, animado por sus dos hijas, que creían que el invento era muy bueno, se ofreció a hacer realidad la idea.
Cuentan quienes la conocen que no es raro que Sara de pronto se suba el vestido y te enseñe la faja que se ha puesto ese día para que no se le marquen los michelines. Está acostumbrada a mostrar sus prendas íntimas. Al fin y al cabo, es lo que ha estado haciendo los últimos diez años. Spanx es una empresa que apenas ha invertido en publicidad. Todo su éxito se debe al boca a boca y a la insistencia de Sara, llamando puerta por puerta, y explicando ella misma “las maravillas de sus productos”. Durante años, Sara fue la modelo en directo de las fajas, no solo convenciendo a los clientes de que la ropa queda mejor si debajo llevas Spanx, sino educando a las vendedoras de los grandes almacenes para que pudieran contestar cualquier duda de las compradoras. “Mi objetivo era que todo el mundo comprobase que con Spanx te podías poner unos pantalones ajustados color crema que te hicieran buen tipo, mientras no se notaba nada de lo que llevabas debajo”, cuenta Sara en la biografía de su empresa.
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