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sábado, 10 de marzo de 2012

"Ya soy mayor para ir por la calle comprando ‘maría’ a los camellos”

"Aquí me siento en familia. Más que un club de fumadores, esto es un club social", dice Javi mientras se prepara otro porro flanqueado por dos chicos que también andan liando hierba. Javi y sus compañeros de cannabis fuman, beben Coca-Cola y echan una partida de parchís. Están sentados en un sofá azul en forma de u invertida que está abarrotado. Las paredes del diminuto local están salpicadas de ilustraciones de la planta de la marihuana. Suena una música tranquila y se respira un ambiente agradable, más por la actitud divertida de los socios que por el aire, cargado de humo e irrespirable para el foráneo.

El refugio de la Asociación Barcelonesa Cannábica de Autoconsumo, en el barrio marítimo de la Barceloneta, está a tope un viernes por la tarde. Un trabajador controla las entradas constantes de gente que viene a buscar su bolsa de marihuana. Algunos, como Javi y sus colegas, fuman allí mismo mientras charlan y ríen. Otros prefieren pagar —a 20 euros los tres gramos de cannabis— y llevársela a otro lugar. Lo hacen siempre con la máxima precaución porque los Mossos d’Esquadra andan al acecho. “A veces esperan fuera para pillarte la bolsa y que pagues una multa. Por eso hay que llevar la marihuana en un lugar íntimo”, tercia Ecila, que se arremolina también junto al sofá.

La consigna para los más de 5.000 socios que la entidad ha aglutinado en dos años de vida es clara: mejor llevar la bolsa entre la ropa interior y la piel. “La policía está muy pesada, te sientes acosado”, explica Javi, orgulloso de ser “uno de los primeros socios”. Para este hombre de 31 años, con estudios de marketing y empresariales, pertenecer a un club de fumadores solo conlleva ventajas: “Ya soy mayor para ir por la calle comprando maría a LOS camellos. Acabas cansado y es peligroso. Con esta fórmula no das de comer a los narcos y sabes que la marihuana no tendrá infecciones ni estará adulterada”, comenta.

La asociación cultiva el cannabis en pequeñas plantaciones y, después, la suministra a sus socios. A cada uno le corresponde una cuota. ¿Dónde están las plantas? Es el secreto mejor guardado por la junta directiva. “¡Yo soy muy curioso y nunca he sabido dónde están!”, admite Javi, que ve “muy positivo” el convenio firmado entre la asociación y el Ayuntamiento de Rasquera (Tarragona) para cultivar cannabis en siete hectáreas de terreno. Pese a que los ojos de los poderes públicos (fiscalía, Abogacía del Estado, Generalitat, delegación del Gobierno) están puestos sobre esa iniciativa, Javi defiende que es una forma de “incentivar la economía” y “crear empleo”.

También Mario, que tiene 26 y se sienta junto a él en el viejo sofá azul, está encantado con la idea. “Aquí vienen abogados, médicos y gente de todo tipo a fumar. Hay que normalizar el consumo de cannabis, porque quien lo quiera lo va a conseguir igual. Con esta fórmula es más seguro, todo está controlado. Una vez compré en la calle una planta con un hongo que provoca infección pulmonar…”, recuerda. Por fortuna, dice, se dio cuenta antes de consumirla.

Fumo desde los 16 y soy una persona completamente normal, con pareja y trabajo fijo

La asociación opera sin ánimo de lucro, pero mueve mucho dinero. Prueba de ello es que está a punto de inaugurar un nuevo local social, mucho más amplio, junto a la estación de Francia de Barcelona. Además, si el proyecto con Rasquera sale adelante, abonará en dos años 1,3 millones por las plantaciones. “La gente paga una cuota de diez euros al año, más 20 por cada tres gramos. El dinero se destina también a otras actividades para los socios”, explica una abogada de la entidad, Laura, arrodillada también junto a la mesa donde descansa el tablero de parchís. El consumo medio, dicen, es de unos 27 gramos por semana.

Mientras las risas (y el humo) se amplifican en el local, dominado por los tonos verdes, Laura relata que los socios —su ingreso se permite a partir de los 21 años, porque es “cuando el cerebro ya está plenamente formado y no sufre daños”— no solo acuden por diversión. “Hay gente que da a la marihuana un uso terapéutico, o que fuma antes de irse a dormir porque le relaja”, indica. “Yo la uso también porque soy muy nervioso. Fumo desde los 16 y soy una persona completamente normal, con pareja y trabajo fijo”.

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