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lunes, 4 de julio de 2011

MI PEQUEÑA HISTORIA CON LA SGAE Por Daniel Castro

No pensaba publicar nada este lunes, pero cierto asunto me ha hecho cambiar de opinión. Sí, me refiero a la detención de Teddy Bautista y otros tres directivos de la SGAE.

No soy socio de SGAE, sino de la entidad que le hace competencia desde hace unos años, llamada DAMA, encargada de gestionar los derechos de autores audiovisuales. Desde hace un par de años formo parte del consejo de administración de esta entidad. Sin embargo, nada de lo que escriba aquí se puede interpretar como una postura oficial de DAMA, sólo es una opinión particular.

Cinco advertencias previas

Primero: es imprescindible considerar que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. La presunción de inocencia se aplica a la gente que arroja a niños a pozos para luego violarlos. Evidentemente, también se la merecen los directivos de una sociedad acusados de malversar fondos.

Segundo: que unas personas de una entidad concreta de gestión de derechos de autor presuntamente hayan utilizado mal el dinero que habían recaudado no debería cuestionar el propio concepto de derecho de autor. No dejamos de pagar impuestos porque un político se haya apropiado parte de ese dinero.

Tercero: los “artistas”, etc. están siendo víctimas desde hace unos cuantos años de una campaña con pocos precedentes, ya que agrupa tanto a “izquierdistas” radicales que pretenden la desaparición del derecho de autor como a derechistas deseosos de atacar a un sector que, tradicionalmente, apoya a partidos de ideología contraria. Si a esta “pinza” unimos a personas menos ideologizadas que, simplemente, intentan obtener productos culturales de forma gratuita y se enfadan con los que se los pretenden hacer pagar, tenemos a tres grandes grupos haciendo una inmensa presión sobre los “artistas” y, por extensión, sobre la mayor entidad de gestión de derechos. Desde hace años las informaciones sobre la SGAE son casi únicamente negativas, la batalla de la imagen está casi definitivamente perdida para esta sociedad.

Cuarto: Todavía se desconoce de qué se acusa exactamente a los imputados. Las primeras informaciones eran más vagas pero, poco a poco, se comienza a concretar que, al parecer, el centro del problema era la relación de Sdae, sociedad digital filial de la SGAE y una sociedad llamada Microgénesis.

Quinto: No todos los autores son miembros de SGAE. No todas las sociedades recaudan y gestionan el dinero como SGAE.

Bien, ya he acabado con las precauciones, aburridas pero imprescindibles, y voy a hablaros de mi caso personal.

¿Por qué no soy socio de la SGAE?

Hace unos años, recién salido de la Escuela de Cine (ECAM), entré a trabajar en una telecomedia para la ETB. No me conocía nadie, no había registrado ni una sola obra. No sé cómo entré en contacto con la gente de DAMA, que organizaba charlas en un hotel y explicaba porqué era preferible afiliarse a esta nueva entidad. Decían que su gestión iba a ser más transparente, que iban a defender los derechos del sector audiovisual, minoritario en SGAE. Me tenían bastante convencido, pero aún no había solicitado oficialmente mi inscripción.

Fue entonces cuando recibí una llamada de una mujer que hablaba en nombre de SGAE. Quería verme. En el Café Gijón. Me sorprendió. Os recuerdo que yo no era nadie (sigo sin serlo, pero tal vez entonces era menos todavía. Y apenas había escrito nada). ¿Qué querría de mí aquella mujer? ¿De dónde había sacado mi nombre y número de teléfono?

Era morena. La recuerdo grande. Tendría casi cincuenta años. Luego supe que llevaba semanas invitando a guionistas a cafés en el Gijón para contarles las ventajas de su sociedad y, en algunos casos, ofrecerles dinero contante y sonante para volver a SGAE. Insistió mucho en enseñarme su sede, pese a que le dije que ya la conocía. Finalmente fuimos al famoso Palacio de Longoria. Desde el vestíbulo señaló hacia la ostentosa escalera.

– ¡Fíjate qué edificio! – dijo – ¿y tú te vas a ir con esos de DAMA, que están en un piso cutre?

No respondí. Suelo ser cobarde y evito las confrontaciones directas. Pero creo que fue ése el momento en el que decidí que iba a ser socio de DAMA.

La mujer me pidió que le dijera mi nombre y apellido completos. Descolgó el teléfono y pidió a cierto departamento que le hicieran un cálculo aproximado de cuánto dinero tenía allá para cobrar, cantidades recaudadas por mis obras. Protesté levemente: no tenía obra registrada, era difícil que tuvieran ahí “dinero para mí”. Este detalle no pareció importarle demasiado. En cualquier momento sonaría el teléfono y dirían cuánto había para mí. Mientras tanto, ¿por qué no estudiaba el contrato de SGAE? Lo miré por encima. El teléfono siguió sin sonar. Creo que la mujer se excusó: a veces se tardaba un poco en obtener los datos de cada autor. ¿Por qué no firmaba el contrato y me pasaba el lunes para saber qué cantidad me esperaba? Tomé el contrato y dije, reuniendo todo el valor del que fui capaz, que me lo llevaría para estudiarlo en casa el fin de semana. La mujer protestó dos o tres veces: era mejor que firmara ya mismo porque…

Salí del Palacio de Longoria. Creí escuchar un ruido a mi espalda. El ruido que hacen los dientes de los tiburones cuando chocan entre sí, sin lograr atrapar a su presa.

Aunque tal vez fuera sólo el chirrido de la pesada puerta modernista.

Luego supe que para SGAE, que quería desautorizar la existencia de DAMA, era especialmente importante que ésta no captara socios “nuevos” (no procedentes de SGAE) puesto que éstos daban carta de naturaleza a la nueva entidad.

AÑOS DESPUÉS…

SGAE se ha dedicado a obstaculizar a DAMA para continuar con su monopolio de gestión de derechos de autor en el sector audiovisual. Básicamente ha utilizado dos de vías: las demandas judiciales y los estímulos económicos. Es decir, técnicamente hablaríamos de “el palo y la zanahoria”.

Gracias a las acciones legales, durante mucho tiempo intentaron asfixiar económicamente a su competencia: grandes cantidades de dinero que debían haber sido repartidas a los autores que habían optado por pasarse a DAMA quedaron bloqueadas en cuentas bancarias mientras llegaban las sentencias judiciales. Habitualmente las sentencias eran desfavorables para SGAE, pero ésta siempre podía pagar a abogados que presentaran nuevos recursos.

Mientras tanto, y esta es la “zanahoria”, muchos socios de DAMA iban recibiendo ofertas para volver a SGAE. En muchos casos, al cabo del tiempo, cansados de no ver un solo euro, acabaron cediendo.

Uno de los principales argumentos era el célebre “anticipo”, un préstamo sin intereses a cuenta de posibles recaudaciones posteriores. Según mis informaciones, las cantidades prestadas solían equivaler a lo generado en los últimos dos años por el autor que lo solicitaba. Se habla de préstamos de hasta treinta mil euros sin interés alguno. Se pagaba el dinero de una sola vez y la SGAE lo recuperaba (caso de poder recuperarlo) en las liquidaciones posteriores.

Otra práctica habitual de SGAE desde que existe una entidad que le hace competencia es la de variar lo que paga a sus autores dependiendo de las reclamaciones. Cuando en una serie, por ejemplo, un guionista de SGAE se queja a su entidad de que un compañero de DAMA está cobrando más dinero en derechos de autor que él, la SGAE, en muchos casos, aumenta la cantidad que paga para evitar que este autor se marche a la competencia.

Muy posiblemente no haya nada ilegal en estas prácticas. Muchos incluso pensaréis que se trata de decisiones lógicas de una entidad que pretende retener a sus socios.

Sin embargo, en mi opinión, estas prácticas tienen mucho que ver con el principal vicio de SGAE, un vicio que parece relacionado con la visita de Teddy Bautista y sus socios a los calabozos: la falta de transparencia de su gestión.

¿Cómo es posible que SGAE cambie la cantidad que paga por derechos de autor a unos guionistas sólo porque estos protesten, aportando datos de lo que cobran sus compañeros de DAMA? ¿No existen para SGAE unas tarifas fijas? ¿De dónde sale ese dinero extra que sólo se entrega a los autores si protestan con suficiente convicción? ¿Por qué no se les paga directamente, sin que tengan que acudir con las tarifas de la competencia? ¿De dónde sale ese “adelanto” sin intereses concedido a autores que tal vez no vuelvan a crear otra obra que genere derechos autor? ¿Qué tipo de entidad puede permitirse conceder actualmente préstamos sin intereses ni apenas garantías? ¿No desprenden todas estas prácticas cierto aroma a paternalismo rancio o, directamente, a preocupante arbitrariedad? ¿Tiene sentido que SGAE siga negociando con las cadenas de televisión un “tanto alzado” por año, independientemente del volumen de obra de sus autores que se emita durante ese periodo? ¿No es lógico que se facture por obra emitida? ¿No es el objetivo de esa sociedad repartir lo que recauda entre los autores? Entonces, ¿de dónde sale el dinero para comprar una red de teatros o un inmenso palacio en Boadilla del Monte? ¿Tanto les sobra?

A falta de conocer los detalles sobre el caso que ha llevado a Bautista y otros directivos ante la justicia, todo desprende el aroma a falta de transparencia y rigor en la gestión del dinero que lleva años caracterizando a SGAE. El hedor que llevó a algunos a escapar y fundar DAMA.

El otro día, antes de las elecciones en SGAE y de la operación de la Guardia Civil, en una cena, un amigo usaba el mismo argumento que aquella mujer morena: “Mientras la SGAE compra teatros” – vino a decir – “DAMA no tiene ni un simple burdel”.

Afortunadamente – pensé yo.

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