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domingo, 19 de junio de 2011

Cómo fue vivir junto a uno de los capos más sanguinarios

Yovanna Guzmán, de 33 años, es modelo. Acaba de publicar «La reina y el narco», uno de los libros más vendidos en Colombia estos días. El narco, Wílber Alirio Varela— alias «Jabón»—, fue asesinado en Caracas en 2008. Ex sargento de la Policía, empezó robando coches, luego fue sicario y terminó convirtiéndose en el heredero del Cartel de Cali. EE. UU. ofreció cinco millones de dólares por su cabeza. Yovanna recuerda en el libro los lujos, los caprichos, el encierro, las drogas, cuando le dispararon en las piernas en un atentado, o cuando le mataron a un ex novio.

—¿Por qué escribió este libro?

—Por quitarme el estigma de encima. Quiero que mi hijo entienda y le quede la verdad. Quiero que las niñas que vienen atrás se den cuenta que no es tan fácil. La vida no la resuelve el encontrarse con un hombre que tiene mucho dinero. El dinero esclaviza.

—¿A qué se debe la atracción entre el mundo de los narcos y el de las modelos?

—Una niña que nace con ese sueño, de ser lindas y reinas, y quiere ir a un reinado, pues entra con influencias. Y aquí entra quien tiene dinero. ¿Y quién da el dinero? Pues los capos. A los narcos les encanta tener un trofeo que es la reina, la dura, la presentadora más famosa, la mejor actriz. Se sienten más poderosos cuando compran a la más deseada.

—¿Cómo terminó con los narcos?

—A mí Varela me conoció trabajando, como una luchadora, a los 20 años. Eso fue lo que le gustó. Yo no fui la prepago de Varela, ni él me pagó por mis servicios de cama. Luego me localizó porque no se había olvidado de mi. Él llegó en un momento de soledad, él me llenó de afecto. Varela me hizo sentir que yo valía. Yo me sentía el patito feo, a pesar de haber sido reina y con él fui creciendo como mujer. Primero me hizo ver el cielo y luego el infierno.

—Pero ahora cuestiona los excesos

—En esa época [1999] Colombia estaba llena de guerrilla y secuestraban por todo. Él andaba con escoltas porque decía que era ganadero. Y los ganaderos tienen plata. No le vi problema a que me diera cosas.

—¿Hay algún exceso que no haya podido olvidar?

—Me mandó una gargantilla llena de diamantes muy fea, llena de piedras. La cambié por un Cristo chiquitico.

—Aparte de los reinados, ¿cómo funciona ese encuentro?

Muchas niñas se venden. En las peluquerías, en las casas de los diseñadores, tienen libros de las niñas que se fotografían y se ofrecen. El hombre llega, las mira, la contacta, paga lo que haya que pagar y ya.

—¿Cómo se dio cuenta de que era narco?

—En la televisión. Un día apareció el afiche de los narcos más buscados. Varela vivió en Caracas escondido.

—¿Cómo es la clandestinidad con un mafioso?

—Él me decía «hoy nos vamos a ver». Llegaban a recogerme y cuando preguntaba «¿para donde voy?», me respondían «no pregunte que entre menos sepa más vive».

—¿Y la dejaban entrar sin problema en Caracas?

—El acá se movía con inmunidad diplomática, como me decía. Allá también. No me sellaban el pasaporte, me daban visa por un año, yo me sentía la primera dama de Venezuela. Nunca me pidieron nada ni aquí ni allá.

—¿Cómo es su vida hoy?

—Me acuesto con el corazón herido. Esto nunca se borrará. Soy relacionista pública, vendo arte, quiero estudiar.

—¿Y su hijo qué piensa de esto?

—Esto es una labor social, quiero dejar el pasado en este libro. Al principio se opuso a que lo escribiera pero él ya está feliz. Es un hombre maduro que entiende muy bien las cosas.

—Usted admira a su madre. ¿Qué dice ella de la vida de su hija?

—Mi mamá, pobrecita, no se merece tanto dolor. Ella es profesora y no me educó para que fuera la novia de un narco. Me faltó inteligencia como la que mi mamá ha tenido. Si uno escuchara a los padres se evitaría mucho sufrimiento

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