Los pigmentos colorantes utilizados antiguamente para pintar un cuadro eran compuestos químicos, en su mayoría orgánicos, capaces de absorber la radiación luminosa. Esto puede dar lugar a reacciones fotoquímicas que los desnaturalicen y alteren sus condiciones originales. En algunos museos que se iluminaron con lámparas de descarga que emitían radiaciones violeta y ultravioleta se observaron daños irreversibles en ciertas obras de arte. Los flashes tienen las mismas consecuencias funestas.
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