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miércoles, 18 de mayo de 2011

Compartir la música para defenderla

Cuando en 1997 Prince llamó a los jóvenes músicos a hacerse dueños y señores de sus propias obras y a romper las "cadenas de esclavo" con la industria discográfica, seguramente, no sabía lo que estaba por venir. Pero el pasaje de la Biblia que utilizó como frase ilustrativa de su fin de etapa con Warner Music para tirar por su cuenta y riesgo guardaba algo de premonitorio: "El demonio ofreció el mundo a Jesús, este lo rechazó y ganó su alma". A medida que el negocio discográfico agoniza cada vez más, incapaz de adaptarse a Internet y luchar contra la piratería, son más las alternativas que se les presentan a los músicos para ganarse su alma, es decir, dar a conocer su obra e intentar vivir, o sobrevivir en la mayoría de los casos, de ella. El papel crucial de las tecnologías en el consumo trasciende ahora también en el impulso de nuevas vías de relación entre el artista y el público. Las licencias copyleft -libres de derechos- o Creative Commons -derechos definidos por los autores-, alumbradas en la época digital, empiezan a consolidarse en un panorama donde el tradicional control de la industria musical sobre la obra del autor está más en entredicho que nunca.

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"Muchos autores han decidido que la cultura se defiende compartiéndola y que la difusión de sus obras, a medio plazo, termina siendo más beneficiosa que impedir su acceso", asegura David Bravo, abogado especialista en propiedad intelectual y derecho informático. Entre ellos, se encuentra Jorge Otero, líder de Stormy Mondays, grupo de rock que lideró en 2001 una campaña contra la antipiratería y distribuye su música en Creative Commons. "Internet es una oportunidad", afirma. Lo mismo piensa Luis Asiaín, de la formación folk Triolocría, que vive, como Stormy Mondays, fuera del modelo clásico sin registrarse en la Sociedad General de Autores (SGAE) ni contar con una compañía discográfica: "El mainstream cierra las puertas a músicos que quieren darse a conocer".

Es ir más allá de la conocida autoedición, que lleva a muchos artistas, como proclamaba Prince, a publicarse sus trabajos y luego distribuirlos ante un mercado concentrado en cuatro grandes discográficas y con pocas opciones de riesgo. "Hay una dimensión de autogestión que pide paso en Internet", dice Juan Palacio, responsable de Safe Creative, plataforma creada en 2006 que permite a los creadores autogestionar las licencias de sus obras así como sus ventas en los nuevos modelos, además de certificar su autenticidad ante terceros. "Esto es imparable", sentencia.

En plena vorágine de transformación tecnológica, la música pasa cada día más por Internet. Mientras la venta de álbumes físicos sigue cayendo en picado, la de discos y canciones digitales ha aumentado en Estados Unidos en el último año un 16,8% y 9,6%, respectivamente, con respecto al mismo periodo de 2010, según datos de la compañía Nielsen publicados en mayo. Este incremento en el mercado estadounidense, referencia en el mundo de la música, supuso que los vendedores digitales recibieran más de la mitad de las transacciones musicales. El aumento de venta digital contrasta a su vez con el de la piratería, la gran lacra para el sector que no deja de crecer. En España, mientras se mantiene el debate encendido por la recién aprobada ley Sinde, que pretende combatir las descargas no autorizadas mediante el cierre de páginas webs, las cifras hacen que el pavor se haya adueñado de la industria discográfica. La tasa de piratería en la música es de un 97,9%, según datos del Observatorio de Piratería y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales, elaborado por la consultora IDC Research, a instancias de la Coalición de Creadores e Industrias de Contenido, que representa entre otros a la SGAE y la Sociedad de Productores de Música (Promusicae).

Con estas cifras, queda claro: el consumo musical está cambiando a velocidad de vértigo. Los nuevos modelos de gestión y distribución propios de la Red no se incluyen en estos datos pero indican que algo se está moviendo con determinación al margen de la industria. "Las licencias copyleft y Creative Commons son una forma de adaptarse a la nueva realidad que nos ha tocado vivir", explica Bravo. "Las entidades de gestión llevan años inoculando la idea de que el conflicto con las nuevas tecnologías se logra con la persecución de usos masivos e imposibles de frenar", añade. El responsable de Safe Creative justifica el desarrollo de otros tipos de licencias por la mera lógica de los tiempos: "La propiedad intelectual ha cambiado más en dos décadas que en dos siglos".

La práctica de copyleft, nacida a mediados de los ochenta en la industria informática, forma parte de la cultura de puertas abiertas y es contraria al habitual copyright de derechos reservados. Permite la libre distribución de copias y versiones modificadas. Es el espíritu de la Wikipedia. Trasladado a la música, una canción se puede explotar y transformar tantas veces como se quiera. Las licencias Creative Commons (CC), en cambio, vienen condicionadas, haciendo posibles seis tipos de permisos diferentes más abiertos y flexibles que los tradicionales. "Damos satisfacción al autor. Le damos las herramientas para que pueda decidir qué hacer con su obra", señala Ignasi Labastida, responsable de CC en España. La organización, que se mantiene a través de donaciones, reduce las barreras legales de la creatividad, por medio de nueva legislación y nuevas tecnologías, pone encima de la mesa una gestión que no tiene por qué ser colectiva. En el modelo tradicional, el músico cede toda la gestión de sus derechos a la SGAE. Ahora, por primera vez en la historia, la gestión individual de los derechos de autor adquiere el máximo valor, que puede reservar los derechos que quiera. "La clave es el protagonismo de las personas", asegura Palacio. "Los últimos que lo van a reconocer son los intermediarios, que se les ha ido el suelo de los pies", añade.

Pero los intermediarios, que exigen una legislación eficaz contra la piratería, consideran que son mundos complementarios. "No tenemos por qué ser algo contrapuesto a las licencias CC. Esta labor de seguimiento en cuanto al cumplimiento por terceros de las licencias CC la pueden llevar a cabo en muchos casos las entidades de gestión colectiva", afirma un portavoz de la SGAE. Desde Promusicae también se afirma que no están en contra del copyleft o las licencias CC mientras se respeten los derechos de unos y otros. Aunque desde el otro lado las cosas se ven algo diferentes. "Ha sido divertido ver la evolución de las entidades de gestión", dice el responsable de Creative Commons. "Al principio decían que ellos las gestionarían, luego lo vieron como un ataque y últimamente empiezan a ver que esto es interesante y quieren estudiarlo". Con la consolidación de estas licencias y su registro en Internet, Labastida afirma que "el objetivo es que el músico no esté atado al mismo modelo de siempre".

Las ataduras a las que se refiere Labastida recuerdan a las cadenas de las que hablaba Prince. Por el año en que el autor de Purple rain tomó la decisión insólita de adueñarse de sus canciones, el líder de Stormy Mondays chocó con la SGAE. Otero se convirtió en el primer músico que quería distribuir por descarga su obra en MP3 en una web. Pero la SGAE, que gestionaba sus derechos por copyright, no le dejaba. "No teníamos cabida dentro del sistema", señala Otero, que tardó años en darse de baja de la sociedad debido a los trámites burocráticos. Gracias a Internet, Stormy Mondays fueron contratados para tocar en el aniversario de Woodstock en 1999 y ahora se han convertido en el primer grupo español en sonar en el espacio, a bordo del Endeavour. Su iniciativa, que fue un obstáculo en el anterior contexto, tiene un abanico de opciones en la era digital.

Una de las más atractivas es Jamendo, una web nacida en 2005 con más de 300.000 canciones y 45.000 músicos bajo licencias CC. "Hemos creado una gran comunidad con más de un millón de usuarios en el mundo", cuenta Alexandre Saboundjian, director general de Jamendo. La plataforma, cuya música se escucha en streaming, protege el trabajo de los artistas al mismo tiempo que los difunde. Especializada en hilos musicales y listas de reproducción para comercios, vende también las obras que almacena, en catálogos o de forma individual, para todo tipo de soportes informáticos y móviles. "Es un nuevo mundo para la música, donde los artistas se llevan más porcentajes por su obra", asegura Saboundjian. En Jamendo este porcentaje gira en torno al 35%. Otras páginas como Musicleft, creada en 2006 y con más de 100 artistas, buscan ser un trampolín para los músicos desconocidos o que no quieren participar en el sistema actual licenciando sus obras en copyleft. "La música ya no es como hace 20 años", afirma Borja Sánchez, responsable de Musicleft. "Somos gratuitos y una buena manera de promocionar al artista que recibe ingresos a través de conciertos, merchandising...", añade.

Por ahora, más allá de la gestión de los ingresos, especialmente si se diese un uso masivo, se antoja como el principal escollo al que se enfrentan las nuevas licencias al margen del modelo tradicional gestionado por la SGAE. El seguimiento no es algo que preocupe a sus protagonistas, que señalan que, mientras se da con la fórmula ideal, hay algo que seguro que no tiene futuro. "Nos desligamos de esa actitud pública de la SGAE de criminalizar al fan", afirma Otero. "La SGAE se ha monopolizado y pervertido. No vale para Internet", indica Asiaín, que ha conseguido firmar un acuerdo con los herederos de Federico García Lorca para poner música a uno de sus poemas en licencia CC. "Están juntos los editores y autores. Y eso es como meter a los pájaros y las semillas en el mismo saco, negando la realidad".

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